MALINCHE, un musical de Nacho Cano

MALINCHE, un musical de Nacho Cano

 

    El pasado día 13 de diciembre, tuve el placer de asistir en Madrid al espectáculo Malinche, un musical de Nacho Cano, que desde el 15 de septiembre se repite cada noche en una grandiosa carpa en el IFEMA. Fui con el propósito de disfrutarlo plenamente y sacar mi propia valoración personal, por encima de las múltiples estimaciones que ha realizado la prensa en todas las direcciones y sentidos.

     Nada más entrar en el recinto me impresionó esa magnífica antesala, ideada como  una  “iniciación al espectáculo”. Los Jardines de México y El Templo Canalla se constituyen en un paseo para el disfrute visual de formas decorativas mesoamericanas potenciadas por un colorido y una iluminación acordes con el espectáculo que prologan; una invitación a saborear gastronomía mexicana (tacos, nachos, quesadillas…) y española (jamón, queso…), y todo ello acompañado de una excelente música.

    Accedí a la monumental carpa que acoge el espectáculo por el acceso “AZTECA”. Desde el izado del telón me sentí dentro de un espectáculo cuyo argumento histórico conocía, pero que no dejaba de sorprenderme en cada escena: la llegada de Colón a América, la niñez de Cortés en Medellín, su viaje a Salamanca, su llegada a Indias, Cuba, expedición a Yucatán… Enseguida me sentí cautivado por un montaje espectacular en el que no faltaba la selva, jardines, plantaciones de maíz, el agua o una gigantesca pirámide azteca, todos ellos dotados de una increíble versatilidad. Sobre este montaje actúan cerca de cincuenta personas -actores, músicos, bailarines…), en una más que notable sincronización. 

    El musical comienza con una secuencia cronológica paralela en la vida de Hernán Cortés y Malintzin, es verdad que el guion no se ajusta puntualmente al relato histórico, porque como obra artística que es, no lo pretende en ningún momento; sin embargo, presenta los principales sucesos del quehacer del de Medellín en Cuba, primero, y en la expedición a Yucatán después; el mismo criterio se utiliza en la narrativa de “la lengua”, hasta el encuentro de ambos en Tabasco. De forma paralela se va presentando también la cronología de Moctezuma y Cortés, desde la llegada de éste hasta la conquista de México-Tenochtitlán, intercalando el arribo de Pánfilo de Narváez, la Noche Triste…

   Nacho Cano, que acumula una gran experiencia en el género musical, se ha valido de recursos escénicos y plásticos variados que hacen aún más atractivo, interesante y cercano el espectáculo de Malinche; este es el caso, por ejemplo, del versátil “estanque”, que además de posibilitar la espectacular visualización del bautismo por inmersión, permite la simulación de un jardín, del mar, de un río, o del propio lago Texcoco. No menos imaginativo es el recurso de aderezar el guion con toques de humor como los del paje Orteguilla, que se dirige al tlatoani –en plan colega- como “Mocte”-; los del caricaturizado Diego de Velázquez, o la “ocurrente” verborrea del “irreverente” personaje de Fray Bartolomé de Olmedo –hilo conductor del espectáculo-, consiguiendo mantener la atención del público en los pasajes que necesitan ser narrados para ofrecer el contexto referencial de la escenografía.

   Mi valoración global del espectáculo coincide plenamente con la realizada unos días atrás por el Dr. Mira Caballos, autor de la última gran biografía de Cortés. Es por esto, que no puedo sino recoger sus apreciaciones más relevantes, que comparto en toda su significación semántica: “una verdadera obra de arte”, “un espectáculo brillante, combinación de maravillosas luces, colores, música, danza, olores (copal e incienso) y vibraciones”, “una explosión de los sentidos” que “engancha al espectador desde el minuto uno”. Un espectáculo creativo genial, que secuencialmente va ganando en intensidad artística e interés hasta llegar a su cima, en la última hora, culminando con ese bellísimo himno, constituido en una auténtica loa a nuestro país hermano: “México grande, libre, mágico mundo nuestro…”, con una melodía, un ritmo, una armonización y una coreografía que invitan a saltar del sillón y unirse al espectáculo, si acaso no te sintieras dentro ya.

    Para finalizar, me gustaría destacar un valor que pudiera pasar desapercibido en el musical, eclipsado por el soberbio montaje escénico, artístico y musical. Me refiero al carácter pedagógico que, de forma transversal, impregna todo el espectáculo. Malinche supone una apuesta pedagógica en tanto que difunde el valor del mestizaje, implícito ya en propio codicilo del testamento de Isabel la Católica (1504), las Leyes de Burgos (1512) o el propio empeño de Cortés. De ahí el valor simbólico de Malintzin, subrayado en el musical. El mestizaje fue una singularidad positiva de la colonización española, frente a la prohibición de “cruzarse o mezclarse” llevada a cabo por otras colonizaciones, como la inglesa. La “lengua” se revela como el paradigma del indígena que, una vez bautizado, se constituye en un sujeto de derecho equiparable a cualquier otro súbdito de su Majestad, en Castilla o en Nueva España.

     Sin pretender restar ni un ápice a la personalidad y protagonismo de “Malintzin” en la conquista de México, y en el musical; se me antoja que el título de Malinche es, hasta cierto punto, una trasposición literaria –e incluso romántica- que apunta a Hernán Cortés. Él y Malintzin, son los coprotagonistas del musical. Pero, además, quiero significar que el espectáculo crea en la persona no erudita en la colonización mexicana –la gran mayoría del público potencial-, una serie de interrogantes, genera una inquietud por conocer mejor a Cortés, contribuyendo a alejarlo de los tópicos y prejuicios difundidos por la Leyenda Negra. Ese es para mí otro de los grandes valores pedagógicos del musical, especialmente en una época en que se ha puesto de moda una ola hispanófoba iconoclasta que -por incultura histórica-, derriba estatuas o, en el caso de España, se avergüenza de los conquistadores “porque no los conocen”. Y esto nos pone ante el imperativo moral de que hemos de ser la sociedad civil quienes abanderemos esta lucha por el conocimiento de lo que supuso la Monarquía Hispánica, con sus luces y sus sombras, para dejar de auto-flagelarnos con una Leyenda Negra inventada, trasnochada e irreal, pero que los españoles hemos interiorizado sin contrastarla. Sinceramente creemos que Malinche ha cubierto sobradamente este objetivo pedagógico implícito, sobre todo por la proyección social internacional[1] que tiene y que seguirá teniendo este espectáculo. En este punto, quiero destacar el cariño con que acogió el espectáculo un nutrido grupo de mujeres de Monterrey (México) que asistió esa noche, y a las que felicitó efusivamente Nacho Cano, al finalizar la representación.

    Por último, no quiero terminar sin poner de relieve la calidad de los textos del musical, que además suponen un canto a la multiculturalidad, a esa necesidad de tender puentes y romper barreras entre España y México, y entre México y España; y a que Cortés sea “restituido al sitio al que pertenece con toda su grandeza y todos sus defectos: a la Historia”[2].

     En resumen, el valor pedagógico y de proyección social del espectáculo son indiscutibles desde el convencimiento personal de que “sólo se ama lo que se conoce y sólo se construye el futuro sobre lo se ama” y, por tanto, “… no se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama”; y Malinche va a contribuir notablemente a que se conozca a Hernán Cortés, su hacer en Mesoamérica –que trasciende ampliamente el hecho de la conquista-, y sobre todo su legado hasta el siglo XXI.  

 


[1] Pensamos que a Eva Perón no la hubiera conocido prácticamente nadie, fuera de Argentina, sin la proyección que tuvo la ópera rock Evita, de A. Lloyd Webber y Tim Rice. 

[2] Paz, Octavio. “Hernán Cortés: Exorcismo y liberación”, artículo publicado con motivo del 500º aniversario del nacimiento de Hernán Cortés en El peregrino en su patria, 101-106. México: Fondo de Cultura Económica, 1988.


© Tomás García Muñoz
18 de diciembre de 2022 

 

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